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Un recorrido por la historia del ajedrez de Rosario, en particular, y de Argentina, en general
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Este 2 de enero de 2014 el Club Rosarino de Ajedrez ha cumplido 80 años. Aprovechamos para presentar una nota aparecida en el diario Tribuna el 7 de enero de 1954 con motivo del vigésimo aniversario.
Juan Jaureguiberry nos remite la planilla de la partida Fischer-Vaschetti, facilitada por la hermana de la ajedrecista fallecida.
Robert Fischer-Ada Vaschetti
Rosario, 7/11/1971
20 partidas simultáneas
Defensa Caro-Kann
1.e4 c6 2.Cc3 d5 3.Cf3 dxe4 4.Cxe4 Af5 5.Cg3 Ag6 6.h4 h6 7.Ce5 Ah7 8.Dh5 g6 9.Ac4 e6 10.De2 Ce7 11.Cxf7 Rxf7 12.Dxe6+ Re8 13.Ce4 Dc7 14.Cd6+ Rd8 15.Cf7+ Re8 16.Cxh8 Ag8 17.Cf7 Cd7 18.d3 Cc5 19.De5 Dxe5+ 20.Cxe5 Axc4 21.Cxc4 Rd7 22.Ae3 Ce6 23.0-0-0 b6 24.g4 Ag7 25.f4 Tf8 26.Tdf1 c5 27.h5 gxh5 28.Txh5 Cd4 29.Axd4 cxd4 30.f5 Cd5 31.Tfh1 Tf6 32.Cd2 Cf4 33.T5h2 Cd5 34.Ce4 Tc6 35.g5 Ae5 36.Txh6 Af4+ 37.Rb1 Txh6 38.gxh6 1-0.
El maestro israelí realiza, en tercera persona, un resumen de su carrera ajedrecística como prólogo de su libro El final, publicado en Buenos Aires en 1941:
Miguel Czerniak nació en 1910.
Acababa apenas de cumplir dieciocho años cuando, después de haber demostrado poseer inmejorables condiciones de ajedrecista en competencias de menor orden, intervino en el torneo de segunda categoría organizado por el Círculo de Estudiantes de su ciudad natal, torneo en el que ocupó una posición final destacada, y que le valió su entrada definitiva en los círculos ajedrecísticos superiores.
Al año siguiente –1929– pasó a la primera categoría, ascenso que logró al vencer en brillantes partidas a S. Glocer.
El campeonato de primera categoría de la capital polaca, realizado en 1930, le contó entre sus numerosos participantes, y en él alcanzó a totalizar el 40 por ciento de los puntos posibles.
Dos años más tarde ganó el segundo premio, con un score de 80 por ciento, del torneo metropolitano individual de Varsovia para la primera y segunda categorías, y en 1934 trasladose a Jerusalén, donde residió hasta 1939.
En el año 1935 intervino, formando parte del cuadro de ajedrecistas palestinos, en el Torneo de las Naciones realizado en la capital polaca; su score fue en él de 54 por ciento.
En el campeonato ajedrecístico de su patria de adopción tuvo siempre un desempeño sobresaliente, pues ganó el título en 1936 y 1938, con scores de 85 y 90 por ciento, respectivamente, y en 1937 terminó en la tercera colocación, con un score de 60 por ciento; siendo interesante destacar que por cinco años seguidos –de 1935 a 1939, inclusive– se adjudicó el título de campeón de la ciudad de Jerusalén.
En el Torneo de Maestros que en 1939 se efectuó en Tel Aviv –la ciudad más populosa de la Palestina– ocupó en segundo lugar, después de brava lucha con excepcionales contrincantes; su score fue de 63 por ciento.
Ese mismo año disputose en Buenos Aires el Torneo de las Naciones, acontecimiento de los más importantes en el mundo ajedrecístico y cuya realización despertó general interés y expectativa. A él concurrió Czerniak como integrante del equipo palestino, cuyo primer tablero era, alcanzando su score a 32 por ciento.
Radicado desde entonces en nuestra capital, intervino en algunas actividades y competencias de nuestros clubs de ajedrez. Así, participó en el Torneo Internacional de Maestros del Círculo de Ajedrez de Buenos Aires, en 1939, en el que le correspondió el tercer lugar, junto con Stahlberg, con un score de 64 por ciento; en el torneo internacional de la misma institución, de 1940, en el que llegó quinto, empatado, con un score de 55 por ciento; en el campeonato del Club Argentino de Ajedrez del mismo año, en el que, después de brillante actuación, ocupó el segundo puesto, con un score de 75 por ciento; en el Torneo Mayor, también de 1940, en el que volvió a poner de relieve su juego técnico y vigoroso, alcanzando su score a 54 por ciento, y en el Torneo Internacional de Maestros de Mar del Plata, disputado en el corriente año (6° premio, empatado, con 56 %). Luego intervino en el Torneo de Maestros organizado por la Sociedad Hebraica Argentina (5° empatado, con 60 %); a fines de agosto del corriente año, triunfó en el Torneo Internacional organizado por la Federación de Ajedrez, en Quilmes, sin perder una sola partida (90 %), y por último, en el torneo del Círculo de Ajedrez, finalizado recientemente, obtuvo el 2° premio, con un score de 77 %.
El periodismo y las publicaciones de ajedrez lo contaron también entre sus colaboradores: durante el tiempo que residió en Jerusalén fue asiduo escritor de notas y comentarios técnicos destinados a diversos diarios y revistas del Viejo Continente; en 1936 y 1937 dirigió la "Revista de Ajedrez" de la capital palestina, y desde 1940 colabora en "El Ajedrez Americano", de Buenos Aires.
El miércoles 13 de octubre de 1943 la noticia del éxito en la exhibición de simultáneas de Miguel Najdorf llegó a la península ibérica. He aquí la nota aparecida en la primera plana del Mundo Deportivo de ese día:
Jorge Haddad nos cuenta que su partida con Bobby Fischer fue una defensa francesa, variante Winawer con Cf3, donde las negras situaron su caballo en f5 y un peón en h5, pero se quedaron sin contrajuego y el campeón pudo desalojar metódicamente el caballo (g3, h3, g4), realizar sin dificultades su plan de ataque en el flanco de rey y obtener el triunfo.
En la página 620 del número de octubre de 1979 de Ajedrez Revista Mensual se transcribe un discurso dado por Miguel Najdorf, donde rememora sus cuatro décadas en Argentina, mencionando entre otras cosas su nacionalización en 1947:
El día sábado 18 de agosto próximo pasado, en el Salón Dorado del Jockey Club de La Plata, y ante un numeroso público, se rindió un justo y merecido homenaje al gran maestro don Miguel Najdorf, con motivo de cumplir cuarenta años de permanencia en el país. Llegó a la Argentina el 19 de agosto de 1939 como segundo tablero de Polonia, con el propósito de participar en el Torneo de las Naciones, organizado por la Argentina. A los pocos días de su llegada se declaró la Segunda Guerra Mundial, y por tal motivo la casi totalidad de los jugadores regresaron a sus respectivos países; el maestro Najdorf optó por permanecer en el nuestro, no solamente porque en Europa se luchaba encarnizadamente, sino porque lamentablemente había perdido toda su familia, y el día de su homenaje en la ciudad de La Plata, en su charla "Mis cuarenta años de vida en el ajedrez" dijo: "Aquí en el Jockey Club de la ciudad de La Plata debía festejar mis cuarenta años de Argentina. Porque aquí fue mi primer trabajo como profesor de ajedrez. Empezaba mi nueva vida. Yo siempre les digo que nací dos veces. La primera como todos. La otra a los veintinueve años, cuando sucedió la tragedia mundial. Después también en La Plata, en 1947, me entregaron mi carta de ciudadanía. El tiempo no quita las heridas, pero hace más sólidas sus cicatrices. El Jockey me contrató: fue así como me hice profesional". Toda su charla, sus cuarenta años desfilan como una película, ágil, amena; nos atrapa a todos, matizando como él solo sabe hacerlo, con una anécdota risueña, que rompe como por encanto el total silencio que hay en la sala, o como en el transcurso de la misma nos estremece a todos cuando su voz se apaga, se entrecorta por la emoción y dice: "Cuando pude volver comprobé que no había quedado nadie. Jugué y jugué. Quise ser famoso, simplemente para tener noticias de ellos, para que ellos supieran que yo estaba aquí, que vivía... Solo, alejado de todos, Capablanca me ofreció radicarme en Cuba, pero estando caminando por Avenida de Mayo un connacional me reconoció y me preguntó: «¿Usted juega al ajedrez? –Sí, señor, ¿y usted? –Yo... ganándome el puchero». Esa noche en el hotel pensaba: en Polonia decíamos «ganándose el pan» y aquí dicen «ganándose el puchero». Entonces aquí se vive bien. Fui a verlo a Capablanca, le agradecí el ofrecimiento y le comenté que me quedaba en la Argentina, comprendiendo mi decisión. Al hacerme ajedrecista profesional por el contrato que me ofreció el Jockey Club, organizamos torneos con Estados Unidos y España, pero al tiempo tuve que desechar esa situación porque mi señora me decía que el almacenero no aceptaba que le pagáramos con una torre o un alfil... Pero le estoy muy agradecido al ajedrez, porque el ajedrez me enseñó a vivir, razonar y luchar. Gracias al ajedrez yo salí adelante. Gracias al ajedrez pude recuperar un hogar, tener dos hijos y cinco nietos, que son mi felicidad actual. Soy el más veterano de los ajedrecistas del mundo en actividad y he jugado con cinco generaciones, con la de Botvínnik, la de Alekhine, la de Petrosián, la de Fischer y Kárpov, y la de Ljubojevic; pero no me siento viejo, todavía tengo la esperanza de jugar con dos generaciones más."
En la página 9 de la revista Jaque Mate (marzo-abril 1956) aparece la siguiente anécdota:
Najdorf y Romeo García Vera viajaron a Mar del Plata casi sin dormir, pues venían de Rosario, en auto, al realizarse uno de los torneos del citado balneario. Para distraerse jugaron unos "pimponcitos". ¡Ganó Najdorf! ¿No es novedad? Ya lo sabemos. La novedad es que su "ponchada" de triunfos fue obtenida así: García Vera viajaba en el asiento de atrás, con un tablero sobre las rodillas, y don Miguel... ¡manejando!
Miguel Najdorf en 1957
El maestro checo cuenta en su autobiografía Ajedrez y comunismo (pp. 77-78; Barcelona, 1974) su inacabable partida contra Oscar Panno, desarrollada en Mar del Plata, en 1955:
En la mayoría de los casos, una partida se juega durante cinco horas y luego se interrumpe. Al día siguiente se juega para terminarla. En el año 1947 jugué en Moscú contra el yugoslavo Gligoric una partida en tres sesiones; en total trece horas y media. Después de 132 jugadas mi adversario abandonó. (...)
En 1955, jugué en Mar del Plata una partida que duró exactamente lo mismo que la antedicha, pero sin interrupción. Desde años atrás florecía en la Argentina un negocio muy próspero a base de las partidas aplazadas, ya que en la última ronda se ve claramente quién puede ganar un premio. Por consiguiente, algunas partidas se vendían, por así decirlo, al menudeo, a quienes tenían mayores posibilidades de victoria. Para evitar esto, se introdujo la regla de que la última ronda había que jugarla hasta el final. Ningún jugador debía salir de la sala del torneo. Todos estaban sometidos a la severa vigilancia del árbitro.
En aquella ocasión jugué contra la gran estrella de los argentinos: el joven gran maestro Panno. Para él y para mí se trataba de una partida de idéntica importancia, a la cual acudíamos los dos igualmente cansados. La noche anterior, el alcalde de Mar del Plata nos había ofrecido una gran recepción con indecibles cantidades de bebidas selectas. La fiesta se prolongó hasta las tres de la madrugada y me desperté con un dolor de cabeza que hacía que me la sintiera por lo menos diez kilos más pesada que de costumbre. A eso de las dos de la tarde empezó la última ronda del torneo. Los organizadores calculaban que todas las partidas finalizarían, lo más tarde a eso de las diez de la noche, pues a las diez y media estaba programado el banquete y la distribución de premios. Alrededor de las diez y media, todos los invitados oficiales estaban puntualmente en sus puestos, ya que en Sudamérica un acto así constituye una sensación mayor que un partido de fútbol. El champán estaba helado y los aperitivos en los platos, pero el banquete no podía empezar. Panno y yo seguíamos sentados ante el tablero de ajedrez.
Yo jugaba con las negras. Durante largo tiempo había tenido que rechazar los ataques de mi adversario, pero luego pasé al contraataque. Al cabo de unas cinco horas, la situación era tal que yo habría podido ganar la partida con una sola jugada. Nervioso por la alegría de aquella perspectiva, hice una jugada pésima y tuve que seguir luchando duramente en la fase final. Todas las demás partidas habían acabado y los organizadores nos dirigían ya miradas reprobadoras. Por su gusto, nos habrían obligado a poner fin a la partida fuera como fuese.
Lo malo era que la situación se había puesto, precisamente entonces, muy delicada. Vi que sólo me quedaba una posibilidad de victoria. Antes de que pudiese iniciar la maniobra decisiva, era necesario adormecer la atención de mi enemigo, porque, con una defensa precisa, mi maniobra nunca habría podido cuajar. Se imponía el esfuerzo agotador de actuar con los máximos rodeos: un casi interminable ir y venir de piezas. Mi adversario rechazaba pacientemente las más mínimas amenazas.
Alrededor de las once de la noche, la inquietud se hacía ya claramente visible en los organizadores. Incluso el director del torneo se decidió a acercarse a nuestra mesa para preguntarnos prudentemente, en voz baja:
–¿Cuánto tiempo, señores, creen ustedes que puede durar aún la partida?
–No mucho tiempo –respondí, impertérrito–; tres horas escasas como máximo.
Por lo visto, consideró mi respuesta como una broma. Sin embargo, ni a la una, ni a las dos, ni a las tres de la madrugada había terminado la partida. Los primeros invitados abandonaron el escenario y los espectadores se fueron a casa. Sólo quedaban los organizadores y los participantes en el torneo, ya que estos últimos estaban pendientes de que les entregasen sus premios. Exactamente a las tres y media de la madrugada abandonó Panno. Rápidamente, y sin ninguna clase de formalidades, recogimos nuestros premios y nos fuimos a la cama, pero el sueño no acudió a mí. Me acosté; sin embargo, me mantuve despierto hasta las ocho. Luego marché a la playa, pero ni siquiera la visión de las olas que rompían suavemente en la arena sirvió para relajarme. El cerebro seguía trabajando siempre en la misma dirección. Panno aún habría tenido una posibilidad de tablas si en la jugada 90 hubiese hecho esto y no esto otro...
En ocasiones las noticias llegan con algunas inexactitudes:
Página 2, 15 de octubre de 1943, Pensamiento Alavés, Vitoria, España
Humor y Juegos N° 2, agosto 1980, páginas 25 y 26:
Ajedrez: Aquí no existe el azar. Éste es el juego intelectual por excelencia, hasta el extremo de ser considerado algo más que un juego. Se lo ha ascendido a la categoría de juego-ciencia. Vale decir que los maestros de ajedrez son algo así como los Leloir del tablero, los Favaloro de las piezas. Por otra parte, en los estratos superiores del ajedrez, en los campeonatos internacionales, se mueven ya enormes cantidades de dólares (dólares = término que en forma inminente la Real Academia aceptará como sinónimo de dinero).
Este asunto de la plata que hay en juego en ciertas partidas sería suficiente motivo como para que los jugadores no aceptaran las derrotas con demasiada hidalguía, pero también ocurre lo mismo en los campeonatos de barrio y en las partidas amistosas. Sucede simplemente que el ajedrecista está poniendo en juego su inteligencia, y no es fácil bancarse el hecho de quedar como un salame por culpa de un enroque de morondanga. Siempre hay a mano un ramillete de buenas excusas para justificar cualquier baile ajedrecístico.
–Se pasó toda la partida tamborileando los dedos sobre la mesa. Y a mí los tamborileos me ponen nervioso.
–¡Había un foco de luz que daba justo, justo en la mesa y me enceguecía! ¿A usted le parece que uno se puede concentrar así?
–¡Se trajo un parapsicólogo el muy ladino! ¡Se sentaba siempre en primera fila y trabajaba mentalmente contra mí! ¡Eso no es limpio!
–¡Este maldito se consiguió una silla giratoria que cada vez que la movía hacía "criiijiii criiijiiii"! ¡Y yo no puedo pensar con un "criji criji" taladrándome el cerebro!
–No, yo con los tableritos portátiles no puedo jugar. ¡Con decirte que la torre con que me dio mate yo creía que era un peón!
–¡Así no se juega al ajedrez! ¿Vos te creés que Fischer juega con la radio prendida, por ejemplo? ¿O que Spasski tiene que aguantar a un mocoso que a cada rato te pide que le cuentes un cuentito? ¡Vamos, viejo! ¡Así no se juega al ajedrez!
Podemos agregar a la lista Secretos de estrategia magistral en ajedrez de Mijaíl Botvínnik (Buenos Aires, 1942, Editorial Grabo), que contiene las doce partidas de su match con Salo Flohr, disputado en Moscú y Leningrado en 1934. El título original es simplemente Матч Флор - Ботвинник.
Otra anécdota que aparece en su autobiografía Ajedrez y comunismo (pp. 83-84):
El apuro de tiempo puede significar la pérdida de una partida e incluso el fracaso en todo un torneo. Así lo experimenté en una ocasión. Fue de nuevo en Mar del Plata, pero en el año 1962. En la segunda mitad del torneo me tocó jugar contra el maestro norteamericano Donald Byrne. Fue una de mis mejores partidas en aquel torneo. Rebasé a mi adversario, conquisté un peón y sólo me quedaba por explotar eficazmente mi superioridad. Aproximadamente a la mitad de la partida perdí quizás un tiempo excesivo y me vi con un pequeño apuro de tiempo, pero sin que la cosa fuese en modo alguno trágica. Cierto que la banderita ya estaba arriba, pero mi adversario, que jugaba con las negras estaba pensando su 39.° jugada. Por tanto, sólo me quedaba una única jugada por hacer. Como yo no conocía aquella clase de relojes de ajedrez, llamé para asegurarme al árbitro, que, casualmente, era un buen amigo mío, el doctor Skalicka. Era un exiliado checoslovaco que en 1939 estuvo como capitán de nuestro equipo en la olimpiada ajedrecística que se celebró en Buenos Aires. En aquel momento estalló la guerra y él se quedó donde estaba, se casó con la simpática señora Adela, adquirió la nacionalidad argentina y una sola vez vino de visita a Checoslovaquia. En Buenos Aires me acompañaba y me obsequiaba con exquisitos "panqueques" de dulce de leche: una tortilla de huevos rellena de una confitura muy especial hecha de leche.
–Doctor, ¿cuánto tiempo me queda aún por este reloj –le pregunté, de acuerdo con la regla que prescribe que, durante la partida, sólo deben formularse preguntas al árbitro.
–Un minuto y medio, "más o menos".
Los checoslovacos residentes en Argentina tienen la costumbre de intercalar en la conversación expresiones españolas. "Más o menos" es una de ellas.
Su respuesta me tranquilizó completamente. Byrne, cuyas orejas ya se habían puesto rojas, hizo por fin su jugada, la escribí, conforme a lo ordenado, en mi formulario, pensé unos treinta segundos, hice la contrajugada correcta, que sellaba definitivamente mi victoria en la partida y apreté el botón del reloj. En el mismo momento caía la banderita. Sobre el tablero la jugada estaba ya hecha, pero según las reglas del juego, es la banderita la que decide y todo jugador tiene derecho al comienzo de la partida a comprobar si el reloj funciona correctamente. Como es natural, nadie hace esa comprobación, todos confían en los organizadores.
En vez de ganar la partida, la había perdido; en vez de compartir un segundo puesto, me vi relegado al séptimo. Haciendo el cálculo en dinero efectivo, aquellos uno o dos segundos me costaron exactamente seiscientos cincuenta dólares. Un placer caro: a mi juicio, ni siquiera el más extravagante apostador de Montecarlo puede perder tanto dinero en tan poco tiempo.
En el año 1969 Arturo Lujambio se consagró campeón del Club Rosarino de Ajedrez. Con los recortes de periódicos que nos proporcionó el propio Lujambio intentaremos reconstruir el desarrollo del torneo, cuyo resultado volcaremos aquí.
Savielly Tartakower incluye al maestro polaco entre los aspirantes a la corona mundial, según aparece en la página 8 del primer número de Caissa (enero de 1937):
Como los candidatos más indicados para luchar con el doctor Euwe por el título mundial están en consideración, además de Capablanca y Alekhine, también Flohr y Botvínnik, así como en línea más lejana Fine y Reshevsky, pero más tarde quizá también Keres y Najdorf. Objetivamente el Dr. Euwe no precisa temer a nadie; subjetivamente el más peligroso parece serlo Capablanca.
El ajedrecista rosarino aparece en la página 229 del Quién es quién en la Argentina (1955):
Elías, Adolfo. - Doctor en Química. Profesor universitario. - Nacido: Buenos Aires, 7-8-1889. - Padres: Adolfo C. Elías y Alcira Tallaferro. - Esposa: Isabel Álvarez Quintana. - Hijos: Adolfo M., Jorge y María Isabel. - Estudios: Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Tesis [1917]: "Contribución al estudio químico legal de los escritos". - Actuación: Fue Profesor de Química y Física en el Colegio Nacional N° 1, de Rosario; Profesor de Química en la Escuela Superior Nacional de Comercio de la misma ciudad; encargado de curso en el Instituto de Fisiología de la Facultad de Ciencias Médicas, Farmacia y Ramos Menores de la Universidad Nacional del Litoral; Profesor de Química Analítica Cualitativa en la Escuela de Farmacia de esta Facultad, hasta 1946. - Ha sido Químico del Instituto de Química del Departamento Nacional de Higiene y Químico ayudante de la Oficina Química Nacional de Buenos Aires; Jefe de la Oficina Química Nacional de Rosario (1913-1945). - Es Director del Laboratorio de Química de la Farmacia "Puiggari", de Rosario; Director técnico de la Fábrica de Productos Químicos "Cindor". - Pertenece a varias instituciones. - Domicilio particular: Córdoba 575, teléfono: 3370. - Rosario (Provincia de Santa Fe).
Podemos encontrar su nombre completo, Adolfo Ramón Elías, en el censo nacional de 1895, donde consta que vivía entonces en Buenos Aires con su padre, de 48 años, corredor de bolsa, y su madre, de 40.
El Dr. Elías fue presidente del club Gimnasia y Esgrima de Rosario entre los años 1932 y 1935. Falleció en 1968. Fuente: Mens Sana, número especial 75° Aniversario, 10/9/1979.
De la columna "A Salto de Caballo" de "Centaurus", en la página 134 del número de julio de 1942 de la revista Caissa:
En el Club Filidor de la ciudad de Santa Fe se efectuó un torneo en el que intervino la señora Leocadia S. de Hernández, residente en la estación Ramírez, a 70 kilómetros de la ciudad de Paraná, la cual, guiada por su pasión ajedrecística, realizó el encomiable esfuerzo de recorrer todos los fines de semana aquella distancia, a la que debe agregarse el cruce del río Paraná en la balsa, para cumplir su compromiso, siendo la primera vez que una mujer participa en un torneo en aquella ciudad.